El habla es la forma efectiva de la cultura. Por cultura quiero decir cualquier forma o conjunto de historia humana todavía presente en los hábitos conscientes o inconscientes de los pueblos. Toda la cultura es necesariamente profunda. El solo hecho de su longevidad, de su ser lo que es, cultura, la memoria épica de la tradición práctica, significa que es profunda. Pero la inherente profundidad de la cultura no significa necesariamente que sus usos (y éstos son tan variados como la condición humana) serán profundos. La cultura alemana es profunda... de manera general. Sus usos, sin embargo, son específicos, como lo son todos los usos… de ideas, inventos y productos de la naturaleza. Y lo específico, como un derecho y pasión de la vida humana, genera lo que genera como resultado de su contexto.
El contexto, en este caso, es dramáticamente social. Lo social, aunque debe estar enraizado en la cultura (como lo están todas las evidencias de la existencia), mucho depende en su ímpetu de una multiplicidad de influencias (de otras culturas, por ejemplo). Quizás, y esto es un suceso común, la reacción o la interacción de una cultura con otra puede producir un contexto social que extiende o influye, a través de muchas extrañas direcciones, a cualquier cultura.
Lo social también significa económico, como cualquier lector de filosofía europea del siglo xix lo entenderá. Lo económico es parte de lo social —y en nuestro tiempo todavía más que lo que conocemos como lo espiritual o metafísico, ya que los más valiosos cánones de poder han sido reducidos o traducidos a estrictos términos económicos. Esto es, ha habido un cambio en el significado del mundo desde la época de Dante. Como si Brooks Adams estuviera en lo cierto. El dinero no significa lo mismo para mí que para un hombre rico. No puedo, ahora, pensar en un significado que darle. Esto no es tan sencillo de entender. Incluso un término tan sencillo como “dinero”, no posee el mismo significado para el rico que para mí, un afroestadunidense de clase media, aunque de pretensiones risiblemente aristocráticas. ¿Qué puede significar el “dinero” para un hombre pobre? Y no estoy hablando ahora de uno de esos valerosos engendros de nuestra permisiva sociedad que se encaminan lúcidamente hacia la “pobreza”, tal como entran en un baño público. Quiero decir: los Pobres.
Hurgo en mi bolsillo. Tengo setenta centavos de dólar. Posiblemente puedo comprar una cerveza. Si compro cierto tipo de cerveza, me quedan veinte centavos con los cuales molestar y seducir mis dedos cuando busquen fatigosamente un empleo remunerado. En este momento no tengo idea de lo que setenta centavos signifiquen para mi vecino a la vuelta de la esquina, un pobre puertorriqueño que he visto echando un ojo esperanzadamente dentro de mi bote de basura. Pero estoy seguro que no significan lo mismo para ambos. Di a David Rockefeller “tengo dinero”, y él pensará que estás diciendo algo enteramente diferente de lo que en realidad estás diciendo. En ningún momento pensará “setenta centavos”. Como tampoco lo pensarían muchos pintores neoyorkinos.
El habla, la manera en que uno describe la proposición natural de estar vivo, es más crucial de lo que incluso la mayoría de los artistas piensan. Los filósofos semánticos están ciertamente en lo correcto cuando enfatizan el dictado final que las palabras ejercen sobre sus usuarios. Pero frecuentemente descuidan señalar, después de todo, que es la importancia real, el poder, de las palabras que permanece finalmente como crucial. Las palabras tienen usuarios, pero así mismo, los usuarios tienen palabras. Y son los usuarios los que establecen las realidades del mundo. Siendo las realidades las fantasías que controlan tu inmediato lapso de vida. Usualmente no son nuestras propias fantasías, pertenecen a los gobiernos, tradiciones, etcétera, las cuales, como es claro, pueden entrar en conflicto, en muchas maneras, con la vida individual. La fantasía de “Estados Unidos”, “América”, puede que te duela, pero es lo que debe entenderse cuando uno habla de la “realidad”, no solamente las cosas que uno toca o ve, sino también las cosas que hacen que tal tacto o visión sean “normales”. Así, pues, las palabras, como sus usuarios, tienen una hegemonía. Socialmente, lo cual es definitivo, por ahora. Si eres cierto tipo de artista, naturalmente creerás que esto no es así. Ahí está el futuro. Pero la inmortalidad, me parece, es una clase de droga; una que lleva a la felicidad al pensar en la muerte. Yo, por mi parte, quisiera vivir por siempre… por si las dudas.
La hegemonía social, es decir, la posición en la sociedad, refuerza específicamente los términos que uno usa (incluso los vulgares tienen “influencia”). Incluso en el modo del habla. Pero también hace de estos términos una explicación visible de cualquier jerarquía social, de tal manera que las palabras mismas se hacen, aun informalmente, leyes. Por supuesto que rápidamente son cosidas entre sí para hacer estatutos formales que sólo los tontos o los fieles intrépidos se atreverían a cuestionar más allá de lo estrictamente necesario.
La cultura de los poderosos es muy infecciosa para los sofisticados, y fuertemente adictiva. Para conseguir cualquier tipo de “éxito” uno tiene que ser fluido en dicha cultura. Saber las palabras de los usuarios, los rituales semánticos del poder. Este es un camino hacia aquello en lo cual no estás ahora, pero deseas, muy desesperadamente, introducirte.
Incluso el habla es señal de fluidez en esta cultura; por lo menos de conocimiento de ésta. “Es un hombre educado”, es el reconocimiento más lato de tal fluidez… en toda época. “él es hip”, dirían mis amigos, connotando una aceptación similar.
Son ciertamente los significados de las palabras lo más importante, incluso cuando ya no son conscientemente reconocidos, sino que meramente, por su uso, disparan un resorte del contrato social. Recrean instantáneamente la jerarquía de importancia cultural y social acordada, y al hacer esto, también lo hacen con la cultura, la importancia. Se considera que las culturas cumplen con su función, según el parecer de la mayoría de la gente en el mundo, cuando son jerarquías. Ciertamente esto es verdad en Occidente, donde se manifiesta de una manera tan simple como en la xenofobia, la ingenua novia del sentimiento antihumano o, en términos económicos, el colonialismo. Por ejemplo, cuando los primeros africanos fueron traídos al Nuevo Mundo, se pensaba que estaba bien que ellos fueran esclavos pues “eran paganos”. Era una suposición perfectamente lógica.
De lo que se sigue, por supuesto, que la esclavitud hubiera sido un fenómeno aún más extraño si los africanos hubiera hablado inglés cuando llegaron a Estados Unidos. Hubiera complicado las cosas. Poco después de que la primera generación de afroestadunidenses dominó el inglés, inventaron a la gente blanca llamada “abolicionista”.
Los significados de las palabras, así como el ritmo y la sintaxis que enmarcan e impulsan su concatenación, buscan a la cultura como referencia final de lo que están describiendo en el mundo. Una misma nota tocada dos veces en el mismo saxofón por dos personas distintas, no tiene por qué sonar igual. Si las dos personas tienen ideas diferentes de lo que quieren que la nota haga, la nota no sonará igual. La cultura es la forma, la estructura general del pensamiento organizado (así como de la intención emotiva y espiritual). Hay muchas culturas, muchas manera de organizar el pensamiento, o tener el pensamiento organizado. Esto es, la forma del paso del pensamiento por el mundo tomará tantas diversas formas como hay distintos tipos de viajeros. El ambiente es un organizador de grupos, a cualquier nivel de significado. Los que viven en Newark, Nueva Jersey, están organizados, para cualquier propósito, como newarkianos. Así es de sencillo. Otra manifestación, en un nivel algo más complicado, puede ser el hecho de que los cantantes de blues del centro de Estados Unidos, cantan nasalmente (hay una explicación allende lo geográfico, pero ahora no nos ocupamos de ello). Cantar nasalmente implica que la definición de cantar sea alterada, aunque sea un poco. (En este punto, cuando la definición hecha por alguien debe ser cambiada, revoloteamos en los alrededores de la vieja ciudad de la Estética. Un solemne pueblo fantasma. Aunque algunos de los huesos de la razón todavía puede ser hallados ahí).
Aún así, seguimos necesitando definiciones, aunque ya haya muchas. Los hombres más torpes siempre se sienten satisfechos cuando el diccionario enlista todo lo que hay en el mundo. No les importa que puedas encontrar algo extra, aunque sea algo que un día pueda serles de valor. Claro, para entonces puede que eso ya esté en el diccionario, o por lo menos, así lo desearían, si se los preguntáramos directamente.
Pero por cada enser en el mundo, hay una multiplicidad de definiciones que le encajan. Y cada palabras que usamos puede significar otra cosa simultáneamente. La cultura fija el uso. En la “plural” nación de Estados Unidos, uno debe escuchar muy de cerca cuando alguien nos habla. El hablante puede estar diciendo algo completamente diferente de lo que pensamos que estamos escuchando. “¿Dónde está el cristal?” (¿Nos referimos a la ventana o a la droga?).
Hace poco, escuché a un viejo negro, un cantante callejero, cantar, el reverendo Pearly Brown, “¡Nunca cambies Dios!”. Lo que canta es algo preciso. No significa “¡Dios no cambia jamás!”. Quiere decir “¡Nunca cambies Dios!”. La diferencia, crucial como ya dije, está en la final referencia humana… la forma de pasar por el mundo. Un hombre rico y famoso que canta “¡Nunca cambies Dios!” está confirmando su hegemonía y buena suerte… o meramente telefoneando al banco. Un negro ciego y desesperanzado dice, en cambio, algo enteramente distinto. Está recordándonos el extraordinario orden del mundo. Pero no nos dice nada de su “destino”. El destino es un lujo disponible sólo a aquellos afortunados ciudadanos que tienen alternativas. El panorama desde la cima de la montaña no es el mismo que el panorama desde las faldas del cerro, ni la mayoría de los espectadores en ambos lados de la montaña imaginan que hay otro sitios desde el cual se puede observar. Mirar desde arriba usualmente elimina la posibilidad de comprender qué se siente voltear hacia arriba. O trate usted de imaginarse como inexistente. Es difícil hacerlo, pero los poetas y los políticos lo intentan casi todos los días.
Cuando alguien nos indica “hablar apropiadamente” queriéndonos decir que nos hagamos fluidos en la jerga del poder, esto también es parte de no “hablar apropiadamente”. Esto es, la cultura que desesperadamente comprende que no “habla apropiadamente”, o no tiene fluidez según los parámetros de la fuerza social, también sabe que su deseo de adquirir tal fluidez se consigue gracias a un riesgo terrible. El burgués negro acepta tal riesgo como una ganancia. ¿Pero “cerquita” significa lo mismo que “cerca”? (“Sí, camina cerquitas contigo”). “Cerquita”, créanme, en los términos del usuario, es una palabra exacta. Designa una cualidad existencial, quizás una cualidad de disposición física… en su manifestación como el tono y el ritmo con que la gente vive, casi siempre en respuesta a los modos comunes del pensamiento apoyados por algún factor de la emotividad ambiental que es exacto y preciso. Incluso la imagen que ofrece este cambio es diferente. El Dios de los condenados no puede conocer al Dios del que condena, esto es, no puede saber que es también es Dios. Tal como ninguna persona bluesera no puede creer emocionalmente en el Dios de Pascal, o en la pregunta de Wittgenstein: “¿Puede existir el concepto de Dios en un lenguaje perfectamente lógico?”. Respuesta: “¡Nunca cambies Dios!”
La comunicación solamente es importante porque es la más amplia raíz de la educación, y todas las culturas comunican exactamente lo que poseen: un poderoso crisol de la experiencia humana.
Trad. Heriberto Yépez